¿Somos peces digitales atrapados en un mar de 'likes'?
- Tinta invitada
- 5 feb
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 6 feb
Por: Yessamin Andrade
En 2001, la banda británica Muse, lanza Plug in Baby; una canción que me fascina por su
icónico riff de guitarra, pero también por cómo explora la creciente dependencia de lo artificial y la pérdida de conexión con la realidad. Aunque la letra está abierta a interpretaciones, escuchándola pienso en el anhelo de una humanidad cautiva en un mundo cada vez más virtualizado por tecnologías que nos atraparon con el anzuelo de la libertad y, siguiendo la metáfora de Plug in Baby, dentro de esta pecera en que nos encontramos no todo es color de rosa.
Esta situación me plantea un conflicto: ¿qué sucede cuando sometemos nuestra identidad a un sistema que alimenta nuestra necesidad de atención y aprobación? De entrada podríamos responder que nos despoja silenciosamente de nuestro sentido de realidad y autenticidad, pero en este artículo vamos a abordar una respuesta más completa a partir de profundizar en el fenómeno contemporáneo de las adicciones digitales y cómo estas moldean más que nuestros perfiles en las redes.
Hace unos años tuve la oportunidad de asistir a la charla de Bruno Patiño sobre su libro “La civilización de la memoria de pez” y, desde entonces, el tema de las consecuencias socioculturales y psicológicas que la digitalidad trae consigo, se ha convertido en uno de mis mayores intereses. Bruno comenzó aclarando el título de su libro; ¿por qué “memoria de pez”? me preguntaba. Bruno nos dice que la capacidad de atención de un pez es de 8 segundos; apenas un segundo menos de lo que según los cálculos, corresponde a la capacidad de atención humana de las nuevas generaciones. Con base en esto, pensé en la cantidad de quejas constante en las escuelas, de maestros hacia alumnos, sobre el reto que ahora implica “captar su atención”, pues como los peces digitales que somos; jóvenes “distraídos de la distracción por la distracción” en palabras de T.S Eliot.
Desde entonces pienso que somos como peces; abrumados constantemente por el mar de contenido digital al que vivimos expuestos 24/7, cada 9 segundos pasamos a “lo siguiente”, reiniciando nuestro universo mental de forma cíclica y eso me ha llevado a considerar las consecuencias en distintos aspectos de la vida cotidiana.
Impacto en la salud mental, autoconcepto y desconexión con la realidad.
Las redes sociales, con algoritmos cuidadosamente diseñados para captar nuestra atención, perpetúan un ciclo de validación instantánea que genera dependencia; cada "me gusta", “reacción”, comentario y notificación recibida, activan los circuitos de recompensa de nuestro cerebro, provocando la liberación de dopamina y reforzando así el comportamiento adictivo (Alter, 2017). Esta búsqueda de aprobación constante no sólo nos genera una dependencia exacerbada de validación, sino que también fomenta patrones de comportamiento perjudiciales para la salud mental, de los cuales hablaremos más adelante.
Numerosos estudios han documentado la relación entre el uso excesivo de redes sociales y problemas de salud mental. Se ha encontrado que el aumento en el tiempo frente a la pantalla está asociado con mayores niveles de ansiedad y depresión (Twenge, 2017). Estos problemas no son sólo el resultado de la cantidad de tiempo invertido, el tipo de contenido también influye en la naturaleza de nuestras interacciones digitales. Por ejemplo, ver versiones cuidadosamente curadas de la vida de otras personas puede llevarnos a una comparación constante de nosotros mismos, ejercicio que muchas veces viene acompañado de una cruel autocrítica sobre lo flaca, lo gorda, lo lista, lo tonta, lo guapa y lo fea que eres tú o la otra persona, cuestionando así nuestro valor y el de nuestros logros, llevándonos inevitablemente a la sensación de “no ser suficientes”.
Esta cruel autocrítica nos vuelve insensibles y puede distorsionar nuestro autoconcepto y autoimagen. La razón es que la comparación descontextualizada y poco crítica nos impone estándares de comportamiento y apariencia basados en las tendencias de internet. Como usuarios, dedicamos tiempo y esfuerzo a la creación de contenido, buscando la mejor forma de “vendernos”; de reflejar una identidad que nos creamos con fragmentos de modelos ideales que encajan con esta idealización que perseguimos de nosotros mismos, que es una previamente impuesta por la sociedad. Este fenómeno perpetúa una baja autoestima y dificulta el desarrollo personal, ya que las personas pasan más tiempo tratando de encajar en moldes externos que explorando y aceptando su verdadero yo.
Otra consecuencia y uno de los efectos más alarmantes de las adicciones digitales es la desconexión de la realidad. Las plataformas digitales están diseñadas para maximizar el tiempo que los usuarios pasan en ellas, creando burbujas informativas que refuerzan creencias preexistentes y limitan la exposición a ideas divergentes (Pariser, 2011). Este fenómeno no solo afecta el pensamiento crítico, sino que también contribuye a la polarización social. Las personas, atrapadas en un ciclo de contenido personalizado, pierden oportunidades de confrontar sus propias ideas y explorar perspectivas diferentes, lo que dificulta el diálogo y el entendimiento mutuo.
Hacia una desintoxicación digital
Es importante aclarar que las redes sociales, así cómo la tecnología no son esencialmente perjudiciales, sin embargo en la actualidad se ha vuelto necesario explorar las consecuencias negativas debido al uso excesivo que le hemos dado. Por ello es que he decidido compartir la siguiente recomendación a modo de conclusión. Para contrarrestar este fenómeno, es esencial fomentar una cultura de uso consciente de las plataformas digitales. Esto implica estrategias a nivel individual y colectivo que busquen equilibrar los beneficios de la tecnología con la urgente necesidad de proteger nuestra salud mental. Por eso es esencial que en primer lugar, como usuarios, nos informemos sobre los efectos psicológicos y fisiológicos del uso excesivo de plataformas digitales. A nivel institucional, esto podría acompañarse de campañas informativas, talleres y programas educativos para ayudar a crear conciencia sobre los riesgos asociados con estas adicciones.
En segundo lugar, es recomendable combatir los efectos negativos de las redes aprovechando las mismas herramientas digitales que se ponen a nuestro alcance, como utilizar un temporizador para gestionar el tiempo que pasamos en las distintas plataformas. Esto puede ayudarnos a organizar nuestro día a día, de forma que estas interacciones virtuales no lleguen a un nivel perjudicial.
Por último, reflexionar acerca de que la digitalidad ha cambiado para siempre nuestra manera de interactuar con el mundo es crucial. Tomar conciencia de ello nos ayudará a pensar en los desafíos y problemáticas que no podemos continuar ignorando. Como dice Plug in baby: “now it’s time for changing”.
Palabras clave: adicciones digitales, identidad, redes sociales, salud mental, validación.
Referencias
Alter, A. (2017). Irresistible: The rise of addictive technology and the business of keeping us hooked. Penguin Press.
Carr, N. (2011). The shallows: What the Internet is doing to our brains. W. W. Norton & Company.
Center for Humane Technology. (s.f.). The attention economy. Recuperado de https://www.humanetech.com/attention-economy
Pariser, E. (2011). The filter bubble: What the Internet is hiding from you. Penguin Press.
Patiño, B. (2020). La civilización de la memoria de pez: Pequeño tratado sobre el mercado de la atención. Editorial Ariel.
Twenge, J. M., Martin, G. N., & Campbell, W. K. (2017). Decreases in psychological well-being among American adolescents after 2012 and links to screen time during the rise of smartphone technology. Emotion, 18(6), 765–780. https://doi.org/10.1037/emo0000403
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